martes, 15 de enero de 2008

Patorras

Llegaba a casa. Cansada, ojerosa y trasnochada. Llevaba una camiseta que no lo parecía. No era más que una maraña de tela, colores y sietes provocados por el paso del tiempo... y de la vida. Manchada, de rosa y blanco, botas bajas y unas escandalosas medias de un color rosa chicle que dejaban ver más pierna que media.

Cuando salió del metro, el mundo le pareció, de repente, peligroso a las seis y media de la mañana. Había gente, pero no había nadie. Había luz, pero estaba oscuro. Había sueño, pero había prisa.

Las muñecas negras y la unión del brazo con el antebrazo morada. Así mostraba su cuerpo al mundo en signo de defensa, en signo de no podrás conmigo, de tengo lo que no quieres. Y daba miedo.

Pero a aquel hombre no pareció darle tanto miedo, sino que aquella pierna y media que se veía entre tan deshilachado rosa le llevó a entonar un sonado piropo de madrugada. Rubia, vaya patorras.
Cuando dio la vuelta a la esquina, cuando entró en el portal y –alivio- estaba vacío, cuando traspasó el límite entre lo público y lo privado, en ese momento, respiró y, en efecto, descubrió que lo que le había llevado desde aquella fiesta anclada en otra década hasta su día a día y su noche a noche en el mismo lugar eran, en efecto, un par de buenas patorras.

1 comentario:

Unknown dijo...

Un par de patorras... y un buen par de tetorras! :P