Había manos y bocas y los ojos más profundos que he visto nunca. Aún no sé si eran negros, marrones o de cualquier otro color, pero tenían una oscuridad que los hacía distintos. Me daba miedo poder verme en ellos. Escondían todo un mundo, una tierra desconocida. Y por eso mismo me gustaban.
Y había más bocas; y dientes. Y cepillos. Y prisa por llegar al dentista. Había invitados especiales, familia, sorpresa y televisión.
Y aire nuevo. En un camarote. Con uno de esos estúpidos ventanucos que agobian más que ayudan, y con una auto-estima renovada que agita más que tranquiliza.
Y a todas las preguntas digo sí.
martes, 27 de mayo de 2008
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