Cualquier día me duermo y no me despierto, como en aquel libro horrible del que no me gustaba ver ni la portada. No recuerdo el título, pero sé que había un caballo.
Y durmiendo así de poco y cuidándome de forma tan descuidada, ni hago patria ni pierdo azúcar. La recupero. Porque no es fácil ser cobaya y es duro ovular y ver cómo la delantera toma forma cuadrada y puntiaguda; y esconde regalos y sorpresas.
Y a mí no hay robbins ni Bobbys que me traigan azúcar. Pero el sábado me traerán risas. Y copas. Y goles. Y recopas.
Y, si todo sale mal, titaremos de recursos y, sí, aunque os pese, iremos a por la pelirroja. Está todo planeado: aunque sólo sea por el número de eventos, el sábado tiene que ser un gran día.